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VOCABULARIO


Aquel día remoto, me sentía un benefactor y por una vez, me decidí a ser indulgente.
Estaba en trance, todos los momentos de mi vida pasaban por mi cabeza, olvidé todo lo malo, todos mis yerros, solo pensaba en ensalzar aquello tan maravilloso que contemplaban mis ojos.
Era una casa en el centro de Nueva York con vistas al mar, las paredes de color ámbar, un vestíbulo propio, interiores de boiserie, en un habitáculo con jardín lleno de flores sutiles y preciosas y un gran ciprés junto a la entrada. A la vez era muy cómoda ya que tenía varias ultramarinas alrededor.
En uno de los balcones se contemplaba un cartel en el que ponía “se vende”. Era un sueño, sentía anhelo de comprarla, costase lo que costase, así que fui a casa del dueño para negociar.
Era una persona que parecía acabar de perecer, hirsuto y con mucha displicencia. Tenía un poco de recelo hacia él pero a la vez ganas de mofarme. La habitación en la que nos encontrábamos era pequeña, con una estantería llena de antologías antiguas. En la mesa había un cuaderno y por lo que pude observar era sobre el estudio de los cráteres porque por lo visto era astrónomo.
Finalmente conseguí un buen precio y pude comprar la casa, ahora que lo pienso suena un disparate porque después de veinticinco años sigo pagándola pero cuando llego de trabajar y la veo no me arrepiento de nada

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